John Ruskin, gran tratadista de arte y esteta, enamorado de toda de la estatuaria clásica de Grecia, no había visto en su vida a una mujer desnuda. Cuando se casó, al contemplar a su esposa y darse cuenta de que poseía vello púbico, que no figuraba nunca en sus adoradas estatuas, le entró tal horror que abandonó el lecho conyugal creyendo que se encontraba ante un fenómeno horripilante. Cuando le explicaron que eso era natural parece ser que, abandonando a su mujer, no se acercó a ninguna otra a lo (...)